Póngale actitud.
La vida está llena de sobresaltos, angustias y momentos complicados que llevan a muchas personas a sufrir depresiones y altos niveles de estrés. El agite del diario vivir y la alta competencia en el ambiente laboral, hacen que para muchos la existencia sea difícil y desgastante. La violencia es pan de cada día y nuestra sociedad navega en un mar de incertidumbre, mientras buscamos la manera de sobrellevar los cambios que impone la modernidad. Lo paradójico es que entre más desarrollado el país y mejor calidad de vida ofrezca a sus habitantes, mayores son el desasosiego y la desazón que los acosan. Basta comparar lo que invierten en terapias y medicamentos para el estrés un ejecutivo de Wall street y un pescador de Guapi.
Imagino que a los terapeutas no les faltará trabajo en la actualidad, porque hasta niños y adolescentes deben visitarlos con regularidad. No recuerdo que en mi época los menores necesitaran ese tipo de ayuda y a la mayoría les quitaban las mañas y resabios a punta de correa; y no voy a decir que esa es la manera indicada para todos los casos, pero sin duda son muchos a los que les ha faltado mano dura. Además los muchachitos de ahora son precoces, metidos a grandes y madurados biches, y eso los introduce en una realidad difícil de soportar incluso para los adultos. Por lo tanto en muchos casos llegan a atentar contra su propia integridad por un bajo desempeño académico; si en mi casa nos hubiéramos suicidado por perder el año, no quedaría rastro de la familia.
Hace tiempos, cuando pasaba por un momento difícil, recurrí a un sicólogo y el tratamiento me ayudó. Después de hacerme hablar hasta el cansancio, de desahogarme y exponer mis angustias, me convenció de que la fórmula para sobrellevar la existencia se basa en la actitud. Optimismo, aceptación, mente positiva, ver el lado amable de las cosas, no lamentarnos por la suerte que nos tocó y ante todo ser racional y aterrizado. La mayoría de preocupaciones que me mortificaban entonces eran por cosas que podrían pasarme en el futuro, y ahí me hizo ver cuánto tiempo y angustia le dedicamos a un asunto que apenas suponemos que nos puede ocurrir. Un desgaste innecesario porque definitivamente lo que ha de suceder, nada ni nadie puede evitarlo.
Para estar conformes con nuestra situación debemos aprender a mirar siempre para abajo; como el niño que lloraba porque no tenía zapatos, hasta que conoció uno a quien le faltaban los pies. Quien vive pendiente de los demás, de lo que tienen, de cómo viven, de sus éxitos y logros, nunca tendrá tranquilidad. Porque así llegue a igualarse a quienes están un escalón por encima, siempre habrá muchos más hacia arriba. Claro que en la vida debemos tener metas y ambiciones, pero sin caer en la mentalidad que sólo son exitosos quienes ocupan un cargo importante y devengan un jugoso salario. En nuestra sociedad se volvió común que nos referimos a quien no cumple con esa condiciones, como alguien que “no sirve para nada”. Quienes administran fincas, manejan un negocio familiar, dirigen una pequeña empresa, son independientes o simplemente reciben un salario modesto, entran en esa estigmatización estúpida y excluyente. De manera que no sirven para nada porque se negaron a pasar su existencia encerrados entre cuatro paredes, ante una pantalla llena de cifras y proyecciones, agobiados por el estrés y la competencia laboral.
Los jóvenes ingresan a la universidad y en gran porcentaje aspiran estudiar derecho, medicina, ingeniería o finanzas, pero cuando algunos prefieren música, artes plásticas, gastronomía o ciencias del mar, todos se preguntan eso para qué sirve, pronostican que se van a morir de hambre, que qué pesar de los papás. Pero no se les ocurre pensar que estos disidentes van a hacer lo que les gusta, que vivirán relajados y felices, y que con seguridad tendrán éxito y fortuna.
Tantos que pasan la vida dedicados a conseguir plata, trabajan de sol a sol y descuidan la familia, con la meta de amasar fortuna para tener un retiro cómodo y con solvencia. Pero se les pasa el ciclo vital en esas y cuando deciden que llegó la hora, ya no resisten una misa con triquitraques. En cambio a quien ha sido juicioso durante su edad productiva y antes de los sesenta años se dedica a vivir de la renta, todo el mundo lo califica como alguien que “no hace nada”. Cómo que nada: ¿acaso vivir bueno, darse gusto, viajar y dedicarse al relax, es hacer nada? Envidia es lo que sienten los criticones.
Cuando dos de mis sobrinos eran unos niños presentaron algún problema de conducta y ambas mamás resolvieron llevarlos a donde una sicóloga infantil, pero ninguno de los dos sabía que el otro también iría. Los papás les explicaron que la doctora ayudaba y daba consejos, porque a veces en la vida uno tiene inconvenientes con su comportamiento. Cierta vez la consulta se retrasó y los dos zambos coincidieron en la sala de espera, y como es lógico se asombraron de encontrarse en la misma situación. Una de las mamás, que estaba presente, paró oreja para ver qué conversaban los muchachitos y en esas uno le comentó al otro: -Oiga, ¿y usted qué tiene dañado que también lo trajeron?
@pamear55